miércoles, abril 13, 2011




“Llueve en mi jardín
cada gota una flor
de jazmín”
(“Jardín”, Celia Viñas)


Anabel Sáiz Ripoll
Doctora en Filología
DATOS BIOGRÁFICOS: “Mi pequeña sonrisa”

Celia Viñas es, quizá, una poeta poco conocida; aunque todo el que quiera disfrutar de una poesía conmovedora, traspasada por el afecto, por la ternura, de hondas vivencias líricas y existenciales, hará bien a leerla porque, pese a su corta vida, truncada a temprana edad, nos dejó poemas de tanta belleza como:
“La verdad está
en vivir intensamente
lo pequeño pequeño
como un niño
vive su castillo de arena
de verdad”.
Celia Viñas Olivella nació en Lérida en 1915. Vivió parte de su infancia y juventud en Mallorca, donde se trasladó toda la familia buscando un clima mejor para su madre, que padecía reumatismo. Celia Viñas fue una estudiante aplicada que inició sus estudios de Filosofía y Letras en 1934, en donde tuvo como profesores a personas de la talla de Rafael Lapesa, Díaz Plaja o Ángel Valbuena Prat. No obstante, la Guerra Civil, con su sinrazón, hizo que tuviera que interrumpir sus ilusiones, aunque, consiguió graduarse como licenciada en Filosofía y letras en 1941. Para ello tuvo que acreditar méritos de tipo patriótico y lo hizo porque, por amistad, había colaborado en la confección de vendas, aunque Celia había sido presidenta de la Asociación de Estudiantes de Izquierdas cuando estudio el Bachillerato en Palma.
Era, para España, la década de los 40, una época gris y sombría que estaba necesitada de la alegría y la poesía de muchas personas como Celia Viñas. Fue becaria en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y allí, en Madrid, preparó oposiciones. Opositó, pues, a Cátedras de Institutos de Enseñanzas Medias y obtuvo una calificación brillantísima.
Celia Viñas escogió Almería para llevar a cabo su labor docente, quizá porque le gustaba mucho el mar y el clima mediterráneo. Almería le robó el corazón y allí se quedó para siempre, aunque, en más de una ocasión pudo haber pedido el traslado.
Educó a sus alumnos en la bondad, en los valores de personas libres, en la sinceridad y en el afecto. Así, las distintas generaciones de estudiantes que pasaron por sus manos la recordaron siempre con vivo cariño.
Celia Viñas no siempre fue comprendida por el ambiente provinciano de Almería y, sin embargo, llevó a cabo en esa ciudad una labor cultural y dinamizadora increíble. Era una persona inquieta y vital que se interesó por diversos aspectos del arte y la cultura. Participó y dirigió distintas obras teatrales y también empleó la radio como medio de difusión cultural. Fue asimismo una buena conferenciante y, gracias a ella, se celebró el I Congreso Indaliano en Pechina en 1947, que reunía a un grupo nutrido de intelectuales almerienses.
Se casó con Arturo Medina en 1953, al que conoció en Almería, aunque contrajeron matrimonio en Palma de Mallorca y, por desgracia, su vida se cerró en 1954, a raíz de una triste enfermedad, que ella, en principio, confundió con embarazo, aunque resultó ser una dolencia en el útero. Celia Viñas murió, el 21 de junio, días después de ser intervenida quirúrgicamente.
Celia Viñas publicó, en vida, distintos poemas en revistas, periódicos y boletines, un libro en prosa y cuatro libros en versos, tres en castellano, “Trigo del corazón”, “Canción tonta del Sur” (su obra más conocida) y “Palabras sin voz”, y uno en catalán, su idioma vernáculo, “Del foc i de la cendra”.
“Trigo en el corazón”, su primer poemario, es una especie de miscelánea en donde aparecen referencias lorquianas y al folklore. Escribe sus poemas espontáneos, vivos y cargados de energía; “Canción tonta del Sur” es un libro de poesía infantil, en el que Celia Viñas se deja llevar por la sonoridad de la palabras y por la alegría del público al que se dirige. Su último volumen, editado en vida, “Palabras sin voz” está mucho mejor trabajado y nos habla del paisaje, de los artistas, aunque ha perdido, quizás, el tono espontáneo de sus anteriores libros. A su muerte, su marido, publicó “Como el ciervo corre herido” que es un libro profundo, lleno de matices personales, que hablan de la muerte, de la angustia, de Dios.


LOS NIÑOS Y SU MUNDO: “No quiere mi niña / no quiere crecer”

Celia Viñas vio frustrado su deseo de ser madre. Tal vez por eso muchos de sus poemas están dedicados a los niños. Escribe nanas delicadas y juega con las palabras como si fueran música. En la “Nana de la niña mala”, la escritora se dirige a una niña que no quiere hacer lo “debido” y la amenaza con la llegada del lobo; sin embargo, el lobo se pone del lado de la niña:
“En los brazos de mi niña
el lobo dormido está”.
Ella misma, de niña, se duerme gracias a las manos de su abuela:
“Las manos de mi abuela,
unas manos de cuento
las manos de mi abuela...
-Me duermo. “(“Cuento”).
Celia contempla el sueño de los niños o lo intuye y lo presiente lleno de misterio. En “Alfombra mágica” un niño, al fin, se queda dormido tras una sesión intensa de juegos. En “Manos blancas” una niña, acaso, se duerme y sus manos, en hermosa metáfora, son “dos palomas dormidas /sobre su falda.” También se pone en la piel de los niños y, en “Hermana”, escribe un bello poema en donde una niña hala de su hermana recién nacida y concluye, muy seria:
“La cigüeña bien podría
traerme una hermana nueva
lista”.
Sigue en primera persona cuando describe, de manera muy graciosa, un primer resfriado:
“Me duelen los ojos,
me duele el cabello,
me duele la punta
tonta de los dedos” (“El primer resfriado”).
Aún sigue con las enfermedades y esta vez le toca al sarampión:
“Ha venido serio
el señor doctor
y me van a dar
agua de limón” (“Sarampión”).
A veces emplea canciones populares como telón de fondo de sus poemas. Lo vemos en “Pescador de estrellas”:
“Cayeron las estrellas
en el fondo de un pozo
y el niño se fue a verlas”.
Animales, elementos de la naturaleza, objetos... todo forma parte del mundo infantil en que cualquier cosa tiene gran importancia: una abeja que vuela, un pájaro, un clavel, un gato, el sonido del telégrafo, una estrella... y todo tratado con exquisitez, no con ramplonería ni cursiladas, sino con sensibilidad y un dominio excelente del metro y de la rima.
Celia Viñas sabe que los juegos infantiles no siempre son alegres, que a veces están cargados de tristeza y melancolía. En “El oso en la plaza” se duele de ese animal que ha perdido su libertad:
“Desde un balcón con claveles
echó una moneda un niño.
El oso triste danzaba
Su añoranza de caminos...”
Otras veces al niño le gusta más la contemplación que el juego y, así, no rompe la almendra porque le gusta que suene. Lo leemos en “Mirando el niño”:
“No quiso romperla...
¡quiso que sonara!”
Sigue con un juego popular y compone su bello poema “Un barco cargado de...”:
“Un barco cargado de
patitos de mazapán,
soldados de chocolate
y bolitas de cristal”.
Cuando se dirige a los niños, como veíamos, su poesía se remansa y se vuelve canción hecha de cariño y de afecto.


EL COLEGIO: “Las agudas se acentúan / cuando... –No sé cuándo”

Celia Viñas fue profesora de instituto y mantuvo, como se ha dicho, una relación muy intensa con sus alumnos que, aun hoy, la recuerdan con cariño, como una de las presencias más importantes en su vida. No obstante, Celia Viñas muchas veces nos habla, en sus poemas, de los colegios, de las escuelas y de los párvulos, amén de las maestras. Quizá lo hace llevada por esa nostalgia que siempre sintió al no tener hijos. Recordemos que , se casó tarde, para la época, y, cuando creyó que estaba esperando su primer hijo, vino la muerte a llevársela. Ahora bien, no hay tristeza en estos poemas que hablan de los más pequeños, sino cierta melancolía como en “Párvulos”:
“¿Tú has tenido una maestra
como yo, di,
con su falda de cerezas?

No sé cómo se llamaba
Mas tenía una cenefa
En su falda
De cerezas.

Y era el campo y era el cielo
De mi escuela
El cerezo de su falda
De soltera”.

Habla del aprendizaje de los niños, a veces aburrido y monótono y de cómo cualquier acontecimiento, por nimio que parezca, perturba y alegra a esos niños que tratan de aprender la tabla de multiplicar o la acentuación. Escribe, siguiendo la estela machadiana, sobre cómo estudiaban entonces los más pequeños. Así lo vemos en “Lluvia en el mapa”:
“-Río Azul, río Amarillo,
Asia...
¡Las cuatro partes del mundo mojadas!”


LA RELIGIÓN: “Te cantaré, Señor, en mi alegría”

Hay mucha ternura en algunos de los poemas de Celia Viñas, como en “Dios-niño” donde compara a un niño que juega con una naranja con el Dios-Niño:
“Dios-Niño juega también
con naranjitas de mundos
rotación y traslación
gravedad, círculo puro
por los mares y riberas
¡qué enorme juego es el suyo!”
Celia Viñas, no obstante, ante la incomprensión humana, vuelve su mirada hacia Dios y escribe poemas en la línea de la más pura poesía religiosa española, pero sin olvidar su vertiente humana:
“Encadenado perro de dolor,
sumisa mansedumbre de la vida,
cada camino, mano del Señor
restañando la sangre de una herida” (“Yo isla”).
Se fija, concentrada, en el Cristo de Velásquez y le canta con esperanza y también con dolor, pidiéndole al Cristo humano que luche:
“Si levantas tu testa dolorida
y miras esta muerte, cara a cara,
¡qué temblor de la vida renacida!” (“El fondo negro del Cristo de Velásquez”)
Aludimos, por último, a uno de sus poemas más hermosos, “El Canto alegre al Señor”, que fue Primer Premio del Concurso Poético Religioso de Valencia, en mayo de 1952. En este poema, Celia Viñas escribe un canto de exaltación, lleno de lirismo y de fuerza, como leemos en el final:
“El pan nuestro, Señor, de cada día
que me concedas, Dios, sólo te pido
y si no me lo das en tu justicia
seré un mendigo alegre en el camino
que danzará descalzo y salmeando:
¡Alabad al Señor de cielo y tierra!”

ILUSIONES, MIEDOS, DUDAS: “El alma partida en dos”

Celia Viñas se carteó toda su vida con amigos, con alumnos, con familiares y en cada carta ponía un deseo y una esperanza:
“Cada carta una mano
que envía un beso,
que el tren ya marcha
quizás también tú esperas
alguna carta... “ (“El cartero”)
Su poesía, en infinidad de poemas, sobre todo en su última etapa, alcanza un tono existencial, de angustia, de duda, de continua zozobra. Celia Viñas aspira a lo básico, a la sobriedad absoluta y así, en “Un árbol”, pide, mezclando sus miedos y sus frustraciones:
“Enterradme en aquel cerro,
en aquel cerro desnudo,
desnudo y seco,
como yo, sí, como yo
orfandad de unos hijos que no espero”.
Y sigue, aludiendo a ese final:
“¿Sabéis? Odio las manos cansadas
de los sepultureros.
Que me entierren cuatro niños
Cantando un romance viejo”.
La muerte aparece con frecuencia en sus versos, como una constante, como una duda que, algún día, se resolverá. En “Gádor”, un poema muy juanramoniano, escribe:
“Y un día yo moriré,
moriré de cara al cielo,
pensando en los cerros grises
y en los amigos que fueron”.
Uno de sus poemas más perfectos, muy en la línea de la poesía mística, de San Juan de la Cruz, puesto que está escrito en liras, o de Santa Teresa, ya que parafrasea uno de sus poemas más conocidos, Celia Viñas repasa su vida, su dolor y, de alguna manera, pone al Señor como principio y final. Se siente derrotada:
“Señor, no me olvidaste
que me has dado el dolor y la agonía.
La sal del llanto baste,
Que por lo menos mía
Es esta pena que deshoja el día” (“Y tan alta vida espero”)

EL PAISAJE: “la sombra de una palmera / y un volar de golondrinas...”

Gran parte de la poesía de Celia Viñas se dedica a ponderar el paisaje español que ella conoce de sus viajes. Fruto de esa observación ensimismada, escribe poemas llenos de cromatismo, con pinceladas sueltas y certeras:
“Allá a lo lejos
unos olivos,
tres pueblecillos blancos
y los tejados coloraícos” (“Paisaje”)

Juega con todos los recursos poéticos que conoce para describir un río:
“Pulsera de agua,
río de plata,
los ruiseñores
cantan al alba
y el río pasa...
pulsera de agua,
canción de plata” (“Río”).
El anterior poema sigue, de cerca, la poesía popular y entronca de nuevo con Antonio Machado al hablar del agua y del eco de la canción que nos trae, aunque, esta vez, para Celia Viñas, no es una canción remansada, sino viva, que fluye porque “el río pasa”. Dedica tros muchos poemas a elementos del paisaje que le llaman la atención, a un jardín, a un castillo, al camino sin más:
“Que no quiero yo llegar
que los caminos son míos
y no es mía la ciudad.” (“Camino de Burgos canta el caminante”)
Por supuesto, dedica muchos poemas al paisaje de Almería. Destaca precisamente el poema que lleva este mismo título, “Almería”, porque en él, la poeta hace una trasposición de sentimientos y se identifica con el paisaje almeriense, que es igual que su corazón. No estaría, en esos momentos, Celia Viñas atravesando un buen momento. Quizá se debió al poema, incluido en “Trigo del corazón”, a las críticas que tuvo sortear en la capital andaluza. Transcribimos el final del poema, escrito en arte mayor:
“En el desierto de tu angustia mansa
mi palabra en simiente de ternuras,
mi corazón sobre tus cerros grises
invocando al Señor de las alturas.
Mi corazón, Señor, desnudo y seco,
Como Almería, solitario, muerto”.

EPÍLOGO: “Que no quiero yo llegar”

La poesía de Celia Viñas, como acabamos de ver, de manera breve, merece la pena ser leía y gustada con calma, en silencio. Como en toda obra de cualquier poeta, encontramos poemas más endebles, que han surgido de circunstancias personales, pero también verdaderos destellos de poesía que destacan con luz propia. Celia Viñas cultivó el arte menor, la poesía popular y los juegos de palabras cuando se dirigía a los niños; pero supo concentrarse y dejarse traspasar por sus propios miedos cuando hablaba de su mundo interior, a veces nublado, a veces oscuro, ansioso siempre de una luz:
“Deja ya, corazón, esta frontera
donde el dolor su soledad descarga
maduro sollozar de primavera” (“Camino de la isla”)
Sus poemas, en suma, se centran en los temas más diversos. Nos hablan del paisaje, del mar, de los sentimientos, de sus vivencias religiosas, de la escuela, de los niños y sus afectos... En suma, Celia Viñas nos dejó una obra sugerente en donde la metáfora y el juego son presencias continuadas. Escribe versos sencillos y de rima fácil, aunque también cultiva estrofas más clásicas como la lira o el soneto. De gran cultura, Celia Viñas fue una mujer excepcional para su tiempo.

BIBLIOGRAFÍA: “Mi corazón en equilibrio”

Recomendamos vivamente el libro “Celia Viñas para niños y jóvenes” para quien acercarse a la poesía de Celia Viñas, con independencia de la edad y con un sólo requisito: que sea sensible. El libro está cuidadosamente editado por Ediciones de la Torre en su colección Alba y Mayo y preparado por Ana María Romero Yebra, poeta también afincada a Almería y con una buena obra destinada a niños y jóvenes. Contiene, además, ilustraciones de Dionisio Godoy, el que fuera alumno de Celia Viñas y que dan un valor emotivo al texto, aparte de embellecerlo. La edición se completa con un pequeño álbum de fotos que nos acercan a la figura de esa poeta que fuera Celia Viñas.


“Corazón,
corazón blando,
dormido crisantemo”
(Celia Viñas)

0 comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.