sábado, diciembre 10, 2011

                                  

SARA, MUJER APASIONADA


         

            ¿Por qué hablar de las mujeres de la Biblia?, se preguntará tal vez algún lector. Bien la respuesta es tan subjetiva como se quiera, pero resulta innegable que “La Biblia” es un libro de alcance universal, que puede tener mil y una interpretaciones, y que, a menudo, parece hecha y protagonizada sólo por hombres, cuando detrás de esos hombres, o al lado o tal vez un paso por delante,  caminó siempre una mujer. Bueno es que descubramos, al menos superficialmente, quiénes eran estas mujeres y por qué merecen ser recordadas. Seguro que nos llevaremos más de una sorpresa porque siguen siendo figuras actuales, de carne y hueso.
            Empezamos por Sara, la mujer de Abraham, la madre del pueblo escogido, la dulce hermosa mujer que dejó todo, su pueblo, su casa, su vida, por seguir a su marido y un sueño que parecía más bien una quimera: el sueño de fundar un nuevo pueblo y de ser el origen del  mismo.
            Sara es una mujer bíblica de carácter fuerte. Se ríe continuamente, a veces resulta poco respetuosa, incluso irreverente; es celosa y también muy severa cuando los celos la pueden. Es tremendamente pasional y por eso sorprende, en un principio, que fuera ella la elegida para semejante misión, ser la madre del pueblo escogido. Su protagonismo es innegable y su actuación, como veremos, es siempre humana, nada que ver con el endiosamiento o la divinidad.
            La Biblia no habla de las bodas entre Abram y Sara ni de los años que vivieron juntos sin tener descendencia; pero si lo intuye José Jiménez Lozano en un libro delicioso, lleno de magia, de ternura, de poesía, “Sara de Ur”. Imagina el escritor que fueron como sigue: “Sara y Abram se habían casado en un plenilunio, y, luego, la luna había seguido alzándose y ocultándose, creciendo y menguando, mostrando su rostro entero o embozándoselo, riendo o como un hacha dorada que fuese a caer sobre Ur o, luego, en el desierto, y cuando por fin habían llegado al “País de la Púrpura”. Y hubo mil noches profundas, y mil noches de ascuas encendidas en lo alto, y mil noches más pálidas como atardeceres interminables e inciertos, y mil días dorados y otros tantos grises o apesadumbrados. Y los días se encadenaron con los días, y las noches con las noches, y los días y las noches de las semanas se enlazaron con los días y las noches de los meses y los años, y hubo inviernos y veranos, hielo y tempestad, flor de rocío y flores de primavera, y hasta la hierba asomó en la arena y en pedregal, pero el vientre de Sara seguía estando liso”. 
            La primera vez que se nombra a Sara es en el “Génesis” (11, 30) y precisamente es para mencionar un detalle que, seguro, la había de avergonzar en una época en que de las mujeres se esperaba, sobre todo, que fueran madres: “Era Sarai estéril y no tenía hijos”.
            En la literatura, se recrea el momento en que Sarai confiesa a Abraham esta esterilidad y resulta entrañable el momento: “-Soy una mujer estéril, Abram. Hace años que la sangre no brota entre mis muslos. Tu simiente se pierde en mi vientre como si la depositaras en el polvo.
-Lo sé –respondió Abram con dulzura-. Todos lo sabemos y desde hace mucho tiempo.
-Te engañé –insistió Sarai-. Era seca ya e incapaz de parir cuando viniste a buscarme al templo de Ur, pero no me atreví a confesártelo. La felicidad de que me llevaras contigo era demasiado grande, nada más importaba” (“Sara”, de Marek Halter).
            Sara, ya hemos dicho, deja atrás su mundo, Mesopotamia, su ciudad, Ur, donde vivía con desahogo y ciertas comodidades para seguir a su marido, que quiere obedecer la llamada recibida de Yavé: “Dijo Yavé a Abram: “Salte de tu tierra, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré. Yo te haré un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre que será una bendición”.( Génesis, 12, 1-2).
            Este hecho no resultaría sorprendente si no nos fijásemos en la edad de los protagonistas: Abraham tiene 75 años y Sara 65; pero de todas maneras se ponen en marcha, con Lot, otros familiares y su ganado. Llegan a Canaán en donde pretenden establecerse, al menos inicialmente. Pensemos en Sara y en su fe, a su edad y estéril no estaría nada segura de las palabras de Yavé y, sin embargo, siguió adelante. Eso sí, en la imaginación de Marek Halter Sara hace algo que no debiera y es invocar a otros dioses, porque desconfía de Yavé y desea ser madre:
“Oh, Nintu, señora de los menstruos,
Nintu, tú que decides sobre la vida en el vientre de las mujeres,
Nintu, amada patrona del traer al Mundo, recibe la súplica de tu hija Sarai,
Oh., Nintu, patrona del traer al Mundo, tú que recibiste el sagrado adobe del parto de manos de Enki el Poderoso, tú que tienes la tijera del cordón de nacimiento,
Nintu, escúchame, escucha el dolor de tu hija,
No la dejes en el vacío”.
            En Canaán, siguiendo con la historia, hay una gran hambruna y deben emigrar a Egipto. Abraham tiene miedo y decide hacerse pasar por hermano de Sara, porque Sara, a su edad, seguía siendo de una belleza perturbadora, con una belleza ya legendaria según nos cuenta Halter: “Se decía de mí que era la más hermosa de las mujeres, de una belleza que atemorizaba y atraía a la vez, una belleza que sedujo a Abraham la primera vez que me miró, una belleza que no se marchitaba, turbadora y maldita como una flor que nunca iba a engendrar fruto”.
            En Egipto, el mismo Faraón pone sus ojos en Sara y la quiere para sí, a lo que Yavé responde con grandes plagas y el Faraón acaba por darse cuenta y devolver a Sara a su marido, mientras le reprocha lo mal que se ha portado:
            “Cuando estaba la próximo a entrar en Egipto, dijo a Sarai, su mujer: “Mira que sé que eres mujer hermosa, y cuando te vean los egipcios dirán: “Es su mujer”, y me matarán a mí, y a ti te dejarán la vida, di, pues, te lo ruego que eres mi hermana, para que así me traten bien por ti y por amor de ti yo salve mi vida”. Cuando, pues, hubo entrado Abram en Egipto, vieron los egipcios que su mujer era muy hermosa; y viéndola los jefes del faraón, se la alabaron mucho, y la mujer fue llamada al palacio del faraón. A Abram le trataron muy bien por amor de ella, y tuvo ovejas, ganados, asnas y camellos. Pero Yavé afligió con grandes plagas al faraón y a su casa por Sarai, la mujer de Abram; y llamando el faraón a Abram, le dijo: “¿Por qué me has hecho esto? Por qué no me diste a saber que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, dando lugar a que la tomase yo por mujer? Ahora, pues, ahí tienes a tu mujer, tómala y vete”. Y dio el faraón órdenes acerca de él a sus hombres, y le despidieron a él y a su mujer con todo cuanto era suyo” (Génesis, 12, 11-2).
            La vuelta a casa de Sara es silenciada en la Biblia, pero Halter imagina que no fue muy bien recibida porque todos sospechan qué ha podido pasar y Lot, borracho, así lo proclama: “¡No le preguntéis a mi tía Sarai por qué regresa como una reina! Sed cobardes. Haced como Abram, él no pregunta nada. Su Dios Altísimo tampoco pregunta. ¡Ja, ja, ja! ¡Sólo el sobrino Lot pregunta! A él le importan un pimiento los asnos y las mulas del faraón. ¡Pero Lot quiere saber! Él hace la pregunta: ¿por qué Sarai regresa como una reina?”.
            Continúa la narración y, pese a la esterilidad de Sara, Yavé sigue prometiéndole a Abram una gran descendencia (Génesis, 13, 14-15). Tanto es así que Sara cree que ha llegado el momento de adoptar medidas y decide ofrecerle su esclava, Agar, a su marido para que procree con él: “Mira, Yavé me ha hecho estéril; entra, pues a mi esclava, a ver si por ella puedo tener hijos” (Génesis, 16, 2). No debemos juzgar tal decisión de forma severa, desde nuestra mentalidad, porque, según las leyes mesopotámicas, una mujer estéril podía ceder su esclava al marido y si tenía descendencia reconocer al hijo como suyo. No obstante, Agar se envanece porque queda encinta y ofende a Sara, la mira con desprecio. Entonces, Sara actúa con mucha severidad y da un ultimátum a su marido: “Mi afrenta sobre ti cae; yo puse mi esclava en tu seno, y ella, viendo que ha concebido, me desprecia. Juzgue Yavé entre ti y mí” (Génesis, 16, 5). Sara echa de casa a su esclava, pero Yavé la hace volver. El hijo de Agar será Ismael, que no es el escogido, pero sí será el antepasado de los árabes del desierto, el fundador de otro gran pueblo.
            Podemos entender la extrema severidad de Sara, expulsando a su esclava embarazada, por celos y es que resultaría insostenible, por mucho que las leyes lo permitieran, para una mujer asistir a esas maquinaciones.  Halter así nos lo cuenta: “Salió de la tienda para respirar mejor. Lamentablemente, oyó mejor aún el placer de su esposo y de su doncella. Al abrigo de las miradas, se acuclilló como una anciana, con las manos sobre las orejas y los párpados cerrados. Fue peor aún. En su ceguera, veía el sexo de Abram, las hermosas caderas de Agar, su goloso éxtasis. Veía detalladamente todo lo que no debería haber visto. Vomitó como una mujer borracha”.
            Yavé, no obstante, sigue con sus planes y vuelve a aparecérsele a Abram para ratificarle su decisión: “Sarai, tu mujer, no se llamará ya Sarai, sino Sara, pues la bendeciré, y engendrará pueblos, y saldrán de él reyes de pueblos”. Cayó Abraham sobre su rostro y se reía, diciéndose en su corazón: “¿Con que a un centenario le va a nacer un hijo, y Sara, ya nonagenaria, va a parir?”. (Génesis, 17, 15-18). Llegamos aquí a un momento culminante en la historia y es el cambio de nombres: Abram ha dejado de ser y pasa a llamarse Abraham y Sarai es Sara. Cabe decir que el significado básico sigue siendo el mismo, “princesa” y “ser de noble linaje”, respectivamente, aunque algo cambia ahora por Sara pasa a ser “madre de reyes” y Abraham “padre de una multitud”. El nombre no era algo casual como ocurre hoy en día, sino que el destino iba muy ligado con el nombre que cada uno llevaba.
            Pasan los días y llegan tres hombres a la tienda de Abraham y son recibidos con él con gran hospitalidad, como no podía esperarse otra cosa en esa cultura. Sara prepara la comida, pero no comer con ellos y, sin embargo, los escucha, haciendo honor al tópico de la curiosidad femenina. Cuando escucha que va a ser madre se ríe, se ríe mucho: “Riose, pues Sara, dentro, diciendo: “¿Cuándo estoy ya consumida, y a remocear, siendo ya también viejo mi señor?” (Génesis, 18, 12). Y es que hacía mucho que Sara, como bien se lee, había dejado de menstruar. Los hombres la escuchar y le preguntan que por qué se ha reído: “¿Por qué se ha reído Sara, diciéndose: ¿De veras voy a parir, siendo tan vieja? ¿Hay algo imposible para Yavé? A otro año por ese tiempo volveré y Sara tendrá un hijo”. Temerosa Sara, negó haberse reído, diciendo: “No me he reído”; pero él le dijo: “Sí te has reído” (Génesis, 18, 13-15). Sara se queda avergonzada y contrita.
            El libro de M. Halter recoge el momento en que ser ríe Sara del mensaje de esos tres hombres con total plasticidad: “No fue una carcajada; no una risita ni una sonrisa divertida, sino una risa como nunca había soltado en toda mi vida. Una risa para creer en las palabras de Yahveh  y no creerlas. Una risa que me sacudió de la cabeza a los pies, corrió por mi sangre, por mi corazón, que me inundó el pecho y se acurrucó en mi vientre como una vida que se agitaba.”
            Una de las características de Sara es su risa, es una mujer alegre de risa fácil, como bien recoge José Jiménez Lozano: “Así que Sara se reía mucho más bajo la sábana. Pero sintió como si un niño se riese ya allá dentro de sí misma. Y, luego, se durmieron hasta muy tarde después de amanecer”.
            Abraham, fiel a su nomadismo, parte de nuevo hacia Guerra y allí Sara vive una situación parecida a la que ya vivió con el Faraón. De nuevo Abraham le dice que se hagan pasar por hermanos y el rey de Guerra, Abimelec, la toma por esposa, y la instala en su harén, hasta que se le aparece Yavé y condena  esta conducta. Abimelec se enfada grandemente y entonces llegamos a una información importante: Abraham no mentía del todo, ya que Sara y él eran hermanos de padre. Finalmente el rey lo colma de dones y lo deja marchar, a él y a Sara (Génesis, 20). Bien, este episodio repetido dos veces parece hablar del temor de Abraham y no queda muy bien parado el patriarca, puesto que pone en peligro el honor de su mujer, aunque, en ese momento, valía más la vida del marido que el honor de su esposa y así lo aplicó Abraham.
Finalmente,  Sara concibe y da a luz un hijo, Isaac: “Visitó, pues, Yavé a Sara, como le dijera, e hizo con ella lo que le prometió; y concibió Sara, y dio a Abraham un hijo en su ancianidad al tiempo que le había dicho Dios. Dio Abraham el nombre de Isaac a su hijo, el que le nació de Sara. Circuncidó Abraham a Isaac, su hijo, a los ocho días, como se lo había mandado Dios. Era Abraham de cien años de edad cuando le nació Isaac, su hijo. Y dijo Sara: “Me ha hecho reír Dios, y cuantos lo sepan reirán conmigo” (Génesis, 21, 1-6).
El nombre de Isaac significa “Dios ha sonreído” o “ría Dios” y volvemos a ver cómo el nombre es muy importante. José Jiménez Lozano así lo recrea: “Abram entró, corriendo, en ella y preguntó:
-¿Por qué te ríes?
-No me he reído –dijo Sara riéndose.
            Y en eso notó Abram que Sara se encontraba ya restablecida y que la agonía del parto había pasado; y Agar y las otras mujeres le mostraron al niño que Sara había dado a luz y al que estaban lavando en una jofaina azul: era un bebé muy gordo y mofletudo, que reía en vez de llorar, como hacían todos los niños al nacer”.
            Sara entonces reflexiona sobre aquella otra risa que soltó cuando no creyó lo que Yavé le deparaba y dice: “Pero hoy sé que Yahveh me la concedió, aquella risa, porque la merecía. Tras tantos años de ser sólo Sarai, la del vientre seco, la esposa de Abram, heme aquí anciana y Sara, la fecunda. Sara pariendo la descendencia de Abraham, Isaac, mi hijo. ¿Cómo no reírse?”
            Sara actúa con extrema dureza con Agar de nuevo, lo cual choca con su carácter apacible y alegre, y la expulsa con su hijo Ismael, acaso sospechando que le pueda quitar la primogenitura a Isaac. Agar es consolada por Yavé en el desierto: “Levántate, toma el niño y tomale de la mano, pues he de hacerle un gran pueblo” (Génesis, 21, 18).
            En la Biblia, Sara no está presente en el sacrificio de Isaac (Génesis, 22), pero Halter, a quien ya hemos mencionado varias veces aquí, imagina que Sara los sigue y contempla la escena horrorizada, mientras invoca a Yavé: “Yahveh, dios de Abraham, escucha mi voz, la voz de una madre. No puedes, no. Tú no puedes exigir la vida de mi hijo, la vida de Isaac. Tú, no. No el Dios de justicia.
            Escucha mi grito. Si permites que Abraham deje caer su cuchillo, que el cielo se oscurezca para siempre, que las aguas sumerjan la Tierra, que Tu obra desaparezca, se rompa, como los ídolos de Téraj que Abraham destruyó en Jarán”.
            Y acaba su suplica con unas palabras que anticipan el papel de Sara en la historia: “Detén la mano de Abraham. ¡Que arroje su cuchillo! Tu gloria encontrará una morada en mi corazón y en el corazón de todas las madres de Canaán. No rechaces mi plegaria. Piensa en nosotras, las mujeres, a través de ellas. Tu alianza sembrará el provenir, de generación en  generación. ¡Grito hacia Ti, Yahveh: que tu fidelidad esté en mi como mi esperanza está en Ti!”.
            Como ya sabemos, Isaac no muere y en su lugar, milagrosamente, aparece un carnero que es el que será degollado.
            Por último, volvemos a saber de Sara cuando muere (Génesis, 23) a los 127 años y sabemos que Abraham la lloró grandemente, así como su hijo Isaac, aunque éste se regodeó con su mujer (Génesis, 24, 67). El hecho de su sepultura fue también complicado porque Abraham quería comprar la tierra y no se lo permitían, aunque finalmente se salió con la suya y fue Sara quien ocupó el primer trocito de la tierra prometida. Fue sepultada en Macpela, Hebrón.
José Jiménez Lozano describe, con gran lirismo la muerte de Sara y cómo su marido echaba de menos su risa. Abraham compró el campo donde estaba la sepultura y se dedicó a cuidarlo y sentir nostalgia de Sara: “Como la luna era, y sus senos pequeños como manzanas en agraz todavía; su risa como el agua que del arcaduz rebosa en tiempo de sequía”. Un buen día ve que junto a la tumba ha florecido un manzano: “Y esa era la señal convenida de que ella había vencido a las sombras en lo oscuro. Así que Abram sintió rejuvenecer su sangre”.
            Posteriormente, en el Nuevo Testamento Sara es el ejemplo de mujer inquebrantable que sigue los designios del señor (Romanos, 4, 18;  Hebreos, 11, 11) e incluso como ejemplo de esposa (1 San Pedro, 3, 6).
            La figura de Sara de Ur sigue siendo atractiva y sin duda el relato bíblico que hemos ido glosando en las líneas anteriores se complementa con las dos novelas que hemos escogido para acabar de centrar y de recrear su humanidad desbordante.

Bibliografía mínima


-García de la Fuente, Olegario: “Mujeres de la Biblia”, Barcelona, Planeta, 1976.
-Halter, Marek: “Sara”, en “Heroínas de la Biblia”, Barcelona, Planeta, 2004.
-Jiménez Lozano, José:  “Sara de Ur”, Madrid, Espasa-Calpe, 1997. (Austral, 408).
-Nacar, Eloino; Colunga, Alberto: “Sagrada Biblia”, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2003.

Publicado en Arena y Cal

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